LA ENERGÍA DEL PLACER
por Diego Sanchez, www.diego-sanchez.com
La comida fácilmente cae en la dicotomía entre el deber y el placer. Muchas veces elegimos comer algo que no nos entusiasma demasiado porque sabemos que “nos hace bien”. Allí estamos,eligiendo entre lo sano o lo rico, pero al mismo tiempo lo que supuestamente es sano, va cambiando con las tendencias y las modas, haciendo que la decisión sea un proceso cada vez más confuso. A veces, si elegimos lo rico en vez de lo “sano”, cargamos con la culpa.
Me acuerdo de mi niñez, viendo los dibujos animados de Tom y Jerry, cuando el gato estaba por hacer una picardía, tentado en extremo para comerse una irresistible torta de frutillas y crema, de un bocado. Estaba a punto de abalanzarse sobre la torta cuando sobre su hombro derecho aparece un angelito (como el mismo Tom, pero con una túnica blanca y con alitas) que le dice algo así como: “¡No Tom, no lo hagas!” y el gato queda parado en seco. Inmediatamente, sobre su hombro izquierdo aparece otro pequeño Tom, pero todo rojo, con cuernitos y cola larga. “¡Dale, cométela toda!” y otra vez arremete hacia la torta.
Al entrar la moral y la religión al ruedo hay también un movimiento de la sociedad
para controlar los impulsos del individuo (la gula como un pecado, por ejemplo) y ahora se agrega el factor moral que aporta la ecología, los preceptos del vegetarianismo y la sustentabilidad de los recursos que usamos. Todo esto puede hacer que cuando nos sentemos frente a una simple manzana, un mar de pensamientos y corrientes a veces opuestas entre sí, nos separen del simple placer de disfrutarla.
En la medicina tradicional china se considera que todo lo que conocemos es una vibración y hay una energía inherente incluso a los objetos inanimados. Esta energía (que le llaman Chi, como en el Tai Chi, o el Chi Kung) se manifiesta en el aspecto físico, lo que nosotros conocemos como los carbohidratos, proteínas, azúcares, vitaminas, etc., de la manzana de nuestro ejemplo, pero además el alimento contiene una energía vital intangible a las mediciones físicas. Nosotros necesitamos esa energía intangible, tanto como los componentes físicos de la materia.
Esa energía está en su máxima expresión cuando el fruto está en el árbol y la va perdiendo a medida que se aleja del momento de su cosecha. Se pierde aún más cuando se procesa el alimento, a través de almacenamiento, congelado, cocción, refinado, agregado de conservantes, etc.
Si bien la cocción y el procesamiento facilita la digestión, debe haber un punto de equilibrio entre la energía que se pierde y la que se le puede agregar, por ejemplo en la forma de calor si se cocina al fuego (no en el microoondas -que le quita toda la energía vital al alimento, por más que mantenga las propiedades físicas, vitaminas, etc.). También se le agrega energía al alimento en el cuidado y el amor que podemos poner en el proceso, que luego se refleja en el hecho que la comida “casera” tiene otro sabor. En términos energéticos, empezar la cadena a partir de alimentos orgánicos es la mejor estrategia para que lleguen con la mejor energía posible a nuestra mesa y si en el proceso los manipulamos con placer, consideración, cuidado y amor (en vez de rabia o frustración) tendremos las mejores posibilidades de una nutrición sana.
Cuando ingiero una manzana, también ingiero esas otras fuentes de energía que me ayudan a digerir y sacar lo que necesitode ese alimento, pero esa energía original es como una pieza de software que hace que toda la información se procese de la forma correcta en mi cuerpo. Si comemos alimentos que están despojados de su energía original a causa de la serie de procesamientos artificiales a los que han sido sometidos, no sólo no sabe mi cuerpo qué hacer con esa materia, sino que en vez de ganar energía, tengo que gastarla para poder digerirlos.
Independientemente de esto, sabemos que hay personas que comen siempre comida sanísima, “pura”, perfecta, impoluta, de acuerdo a los procesos ideales y así y todo no les cae bien y tienen problemas digestivos. Claro que ayuda buscar buenos alimentos y prepararlosde la mejor manera posible, pero a veces se tiende a dejar fuera el elemento que en mi opinión es el más importante: el placer. Cuando tengo que pensar y preocuparme demasiado en lo que voy a ingerir, me quita ese elemento de placer y espontaneidad que hace que disfrute la comida. Si mi preocupación por el origen de los ingredientes, las combinaciones de los mismos, o si soy estricto en las cantidades, o los horarios pasan a ser una obsesión mental, me hace perder exactamente el mismo tipo de energía nutritiva que estoy tratando de ganar.
Nunca les dieron un problema complicado para resolver y dijeron: “dejámelo masticar un poco” hasta que pueda “hincarle el diente” a ese problema? La misma energía que usamos para digerir el alimento, es también la que usamos para pensar, o nutrir nuestra actividad mental (muchos estudiantes en época de exámenes tienen apetito inagotabe por cosas dulces, un sabor que en términos energéticos estimula el intelecto y la memoria de corto plazo, según la medicina china). Por eso es recomendable que cuando comemos, evitemos leer en la mesa, mirar TV o la computadora, tener conversaciones tensas o complicadas, o cualquier cosa que distraiga o exija nuestra atención mental, para no dividir la energía que necesitamos para digerir lo que estamos comiendo. Lo ideal es poner nuestra atención en lo que estamos comiendo y estar presentes, no con la mente distraída en otra cosa.
La nutrición también tiene un aspecto emocional. Cuando nos falta nutrición emocional, en forma de apoyo, sostén, o cariño en las relaciones en nuestro entorno es común tratar de compensar esa falta con comida, especialmente de sabor dulce, acentuando la tendencia al sobrepeso. ¿Les suena familiar la escena de Bridget Jones devorándose un pote de helado frente a una película romántica?
La señal que reconoce mi cuerpo para saber qué alimentos me hacen bien y cuánta cantidad debo comer, es la satisfacción. La satisfacción es la sensación que debo llevarme del acto de satisfacer mi necesidad de alimento, y es en ese espacio donde la mente juega un papel importante. Debo poder discernir qué es lo que estoy necesitando satisfacer: mi nutrición física, emocional, o intelectual. Como decía antes, lo primero es prestar atención no sólo a lo que estoy comiendo sino también a mi entorno externo, e interno. Para esto, ayuda sentarnos a comer en un ambiente tranquilo, sin distracciones. Una buena estrategia es la de mirar el alimento (“comer con los ojos”), permitirme sentir su aroma, su color, su textura y su sabor una vez que lo pongo en mi boca. Soltar el tenedor hasta haber tragado, y dejarme un espacio entre bocado y bocado. Masticar cada bocado 45 veces (los líquidos con 20 veces alcanza) enfoca mi mente en una actividad rutinaria y relajante (contar), lo que hace que dejede engancharme en otro tipo de pensamientos como las responsabilidades, los miedos, etc., disminuyendo las posibilidades que mi atención se vaya a otro lugar que no sea el aquí y ahora. Estando más presente y no dejando que mi mente se distraiga, se abre un nuevo mundo de sensaciones. Cuando el alimento se hace agua en nuestra boca, aparecen nuevos sabores de insospechado refinamiento y es hermoso redescubrir los sabores de alimentos que asumíamos eran de una determinada forma cuando tragábamos casi sin masticar.
Este “estar presente” mientras comemos, es lo que nos permite saber cuál es el punto en que mi apetito se sacia y evitamos comer de más. Nos hace revalorar todo, y es notable observar por ejemplo lo fácil que es pasarnos de sal, o azúcar, o la explosión de intensidad que es un sorbo de vino saboreado de esta forma.
Como el pequeño demonio en el hombro del gato Tom, es mucho más divertido elegir lo que nos da placer. Para mí no tiene nada de malo. Es como nuestro niño interior y, como sabemos, los niños hacen las cosas, o las dejan de hacer porque tienen ganas, no porque deberían hacerlo o porque les digamos la consecuencia que tendrá en el futuro (“si comés tantas frutillas te va a caer mal”). Los niños viven en el presente.
Los adultos tenemos la ventaja que podemos pedirle a nuestro angelito y nuestro pequeño demonio que se armonicen entre sí, que no hace falta que sea uno u otro que ganen la partida. Negociemos!
Estando presentes en el momento de comer, podemos disfrutar con absoluto placer sin perder de vista la mesura. –