Estamos tan apurados para completar la cantidad de tareas que hacemos por la supervivencia día a día, el cuidado de los demás, por cumplir nuestros objetivos (o cumplir con los objetivos de los demás), que nos acostumbramos a un ritmo que no tolera el “no hacer”. Ya sea porque me creo que lo que está por venir es mejor de lo que tengo, o que si no me muevo ya, algo malo va a pasar. Así que mejor salir corriendo hacia la próxima zanahoria que tenga delante, o para alejarme del palo que me va a pegar en cualquier instante, que tengo detrás.
Hay un lugar en el medio que es el quedarse. “Yo me quedo.” “Yo me doy el permiso de quedarme“, son dos afirmaciones que abren muchas posibilidades al estilo de vida que llevamos.
Hacé un pausa ahora: soltá lo que tengas entre manos, sentí tus pies en el piso, toma una respiración y decí para tí mismo: “Yo me quedo”.
Fíjate qué sensaciones te aparecen en el cuerpo. qué imágenes o pensamientos te vienen al decirlo. Puede ser un alivio o puede llegar a ponerte muy incómodo.
“No puedo estar sin hacer nada”. “No puedo estar sin pensar, o no puedo estar quieto” son cualidades apreciadas por la sociedad enfocada en la producción y el consumo de bienes materiales. Y “el que se queda”, pierde. ¿Qué tan sostenible es esto?
La depresión es una de las formas de darse el permiso (obligado) de quedarse. El dolor de espalda que te deja “de cama” y una de las funciones que tienen varias enfermedades, a veces graves, es hacerte parar. El cuerpo es sabio y si sabe que tu carrera te está llevando al precipicio, te va a cansar, hacerte pesar las piernas, te va a agotar, quitarte la fuerza o a hacerte doler cada paso más que des en la dirección equivocada, como una forma más de hacerte sobrevivir, evitando el despeñadero hacia el que venías corriendo alegremente.
Quedarse es la solución para muchos conflictos. En una disyuntiva que no puedo resolver, entre quedarme o irme de una relación, trabajo o situación de cualquier tipo, mi cerebro me puede dar la solución con un síntoma que me inmobiliza.
Y si tu inconsciente te hace quedarte, o no poder moverte pregúntate cuál es el beneficio oculto de no poder seguir adelante en ese momento, o salir del lugar fisico donde estás. Si podes hacerte consciente de lo que es, liberás a tu inconsciente de darte una solución biológica con un síntoma.
Hay un punto sano, una medida justa de quedarse. Podes no querer quedarte los suficiente o también quedarte demasiado. El equilibrio está en el medio. Quedarse demasiado es aferrarse a un lugar, un vínculo, o una situación y anularte cualquier posibilidad de acción, incluso bastante antes de tomarla.
En realidad, la versión silvestre que veo más en mi consultorio, sin llegar a la patología, es la de no poder quedarse. Esta versión es silenciosa, no salta a la vista tanto porque está avalada por la sociedad y se nos alienta a “no quedarnos”. Es perniciosa porque parecería que está bien no quedarse ni detenerse en nada, sin embargo genera mucho daño.
Hay gente que piensa que la falta de arraigo es deseable y creo que es porque se confunde con la falta de apego a lo transitorio que profesan los budistas. Ahí me parece que los occidentales entendemos mal esa expresión de espiritualidad, porque estar arraigado, es estar presente y entender la plenitud que ya tenemos, incluso sin hacer nada.
La otra cara es justificar la falta de acción, o el ser “neutro”, con el desapego y no comprometerse con nada, pero se olvidan que los budistas por ejemplo valoran el trabajo como una forma de estar presente en acción y que el Dalai Lama es un incansable activista político a nivel mundial, en la lucha por los derechos de su pueblo.
La espiritualidad bien entendida, te da alivio, no liviandad. Te da aplomo y presencia para estar con calma, a pesar de las circunstancias. Para quedarte, campear el temporal y no reaccionar. Pero también para tener la base y la tracción que sostiene una acción decidida y contundente. A diferencia del hámster en su rueda que no lo lleva a ningún lado, cultivar el quedarse quieto te da efectividad luego en la acción.
Estar y hacer son el Yin para su Yang. Sin el invierno dormido y profundo que da la explosión de actividad de la primavera ninguna acción sería sostenible en el tiempo. Hacemos tanto ya! Hacerse amigo del estar e integrarlo en nuestro ritmo diario, da tantos frutos como el hacer. Basta acordarse de Arquímedes y su eureka! (en griego: “lo conseguí”, cuando encontró la fórmula para medir un volumen irregular) que surgió de un relajante momento en la bañera.-