Durante los 17 años que viví fuera del Uruguay, mi país de origen, volví cada año desde donde estuviese en el mundo, a pasar mis vacaciones allí. Siempre me impactó mirar el cielo azul y particularmente las nubes cuando visitaba Uruguay. Habiendo viajado por tantos lugares maravillosos, sabía claramente que había algo especial para mi en esas nubes que no había visto en ningún otro cielo del mundo. Tuve la suerte de estudiar de cerca el sistema de sanación chamánica de la tradición del Cáucaso, con mi maestro Gregory Antyuhin, quien me hizo ver que la relación que yo tenía con las nubes era más que especial. Al entender que yo pertenecía a la familia espiritual de las Nubes, pude comprenderme más en profundidad. No sólo me gustaba verlas en el cielo, sino que era consciente de haber tomado varias de las decisiones importantes de mi vida siguiendo “dedos” o “flechas” en el cielo que apuntaban simbólicamente a direcciones específicas. Cuando tenía una señal de ese tipo, nunca dudé que debía seguir esa dirección, sin cuestionamientos; sólo con acción. Al ver cuáles eran las características de las nubes, entendí porqué yo necesitaba moverme todo el tiempo, mudarme de país a país, variar mis rutinas constantemente, no sentirme restringido en mi espacio, hacerme “transparente” como modo de protección en vez de crear paredes a mi alrededor, adaptarme a cualquier espacio tomando la forma que requiriese la situación, hacerme liviano, elevarme o tomar distancia para no sentir dolor.
Cuando uno entiende estas cosas, entiende quién es y qué es lo apropiado para uno. No trata de cambiar las cosas que según las normas de los demás, habría que corregir. Me resultó más fácil seguir mi camino, con menos cuestionamientos y más efectividad en todo lo que hacía.
Una vez, de visita en Uruguay, iba conduciendo por la rambla (a orillas del Río de La Plata) y las nubes estaban tan espectaculares que tuve que salir del tráfico y detenerme en una colina a mirarlas. Salí del coche y me paré sobre el pasto en un jardín. A los pocos minutos tuve la sensación clarísima que la Tierra me abrazaba los pies. Me emocioné un instante, pero enseguida agradecí la información que recibí, porque allí mismo supe que tenía que volver a vivir a Uruguay. No sabía cómo ni cuándo, pero la decisión empezó a tomar forma con claridad y en un lapso de dos años, reorganicé todas mis actividades en donde vivía y me volví a instalar en Uruguay. Allí empezó mi camino de reencuentro con la Tierra, el bajar las nubes a lo terrenal y concreto, a combinar lo sutil y lo denso, a alinearme con el nuevo mandato del Universo de no negar lo de abajo para elevarse. Estas anécdotas son ejemplos de la importancia de conocer y saber relacionarse con las fuerzas espirituales de la Naturaleza. En mi caso, no sólo tengo afinidad con la energía espiritual de las Nubes sino que tengo otras fuerzas que me apoyan y algunas otras con las que tengo que mejorar mi relación, como la Tierra. Mis talleres sobre el Arraigo y Enraízamiento, son producto de lo que he venido aprendiendo en el camino de amigarme con la Tierra. Hay muchas otras fuerzas naturales que nos moldean. Conocerlas y sentirlas es lo que propongo en mis retiros de La Pedrera, un lugar ideal para amigarse con el Cielo, el Sol, el Océano, el Viento, el Agua, las Nubes, la Tierra, el Aire, las Estrellas. –
RETIRO DE CONEXION CON LAS FUERZAS ESPIRITUALES DE LA NATURALEZA